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  • “Caracortada” 1983, nuestras desgracias = nuestros deseos

    “Caracortada” 1983, nuestras desgracias = nuestros deseos

    “Caracortada” nos sumerge en la cruda realidad del sueño americano, un sueño que para muchos inmigrantes se convierte en una pesadilla. Tony Montana, un cubano exiliado, llega a Miami con la esperanza de construir una nueva vida.

    Sin embargo, su ansia de poder y riqueza lo arrastra al mundo del narcotráfico, donde la violencia y la traición son moneda corriente.

    El ascenso y caída de un rey de la cocaína

    Con una determinación férrea y una inteligencia callejera innata, Tony escala rápidamente los escalones de la organización criminal para la que trabaja.

    Su frase icónica, “En este país, se puede ser cualquier cosa que uno quiera… menos pobre”, resume su ambición desmedida.

    Pero el poder corrompe, y Tony se transforma en un paranoico megalómano, rodeado de enemigos y traidores.

    Un retrato de la decadencia moral

    La película de Brian De Palma es un retrato descarnado de la decadencia moral que acompaña al éxito fácil. Las fiestas extravagantes, la violencia desmedida y la corrupción son elementos recurrentes en una trama que nos recuerda la fragilidad de la felicidad construida sobre cimientos de sangre y dinero.

    Al final, Tony se encuentra solo y acorralado, enfrentando un destino que él mismo ha forjado.

    La tragedia de la ambición desmedida

    “Caracortada” es una tragedia clásica, donde el protagonista es víctima de su propio orgullo y ambición.

    Como decía Séneca, “La mayor parte de nuestras desgracias nacen de nuestros deseos”.

    Tony Montana es un ejemplo de cómo el anhelo desmedido de poder y riqueza puede llevar a la ruina.

    Su historia nos invita a reflexionar sobre el verdadero valor de las cosas y sobre la importancia de encontrar un equilibrio entre nuestros deseos y nuestras responsabilidades.

  • La balsa de la Medusa – Theodore Géricault – Francia, 1819

    La balsa de la Medusa – Theodore Géricault – Francia, 1819

    Géricault, con su pincel audaz, nos sumerge en un abismo de desesperación y esperanza. En “La balsa de la Medusa”, la vida y la muerte se entrelazan en un torbellino de emociones, pintando un cuadro de la condición humana en su estado más crudo.

    La balsa, un féretro flotante, se convierte en el escenario de una tragedia épica. Los náufragos, desnudos y desolados, luchan por sobrevivir en un mar embravecido. Sus rostros, esculpidos por el sufrimiento, son un lamento silencioso que resuena a través de los siglos. La muerte acecha en cada rincón, pero también la esperanza, encarnada en aquellos que aún luchan por alcanzar la salvación.

    Géricault no solo representa un hecho histórico, sino que nos sumerge en la psique humana. La composición diagonal, que asciende hacia un punto luminoso en el horizonte, simboliza la lucha por la supervivencia y la búsqueda de la redención. Cada figura, cada gesto, es un grito desesperado que nos conmueve hasta lo más profundo.

    Esta obra maestra no es solo una representación de un naufragio, sino un reflejo de la condición humana en su totalidad: la fragilidad, la desesperanza, la solidaridad, la lucha por la supervivencia. Géricault nos invita a reflexionar sobre el sentido de la vida, sobre el valor de la esperanza, incluso en los momentos más oscuros.

    La balsa de la Medusa - Theodore Géricault - Francia, 1819
  • Estanque en el santuario de Benten en Shiba – Hasui Kawase – Japón, 1929

    Estanque en el santuario de Benten en Shiba – Hasui Kawase – Japón, 1929

    En el corazón del santuario de Benten, un estanque se revela como un espejo que refleja la esencia del alma japonesa. Hasui Kawase, con su pincel maestro, captura la serenidad de este rincón sagrado, invitándonos a sumergirnos en un mar de calma.

    El agua, quieta y cristalina, refleja el cielo como un lienzo infinito, donde nubes esponjosas flotan lentas y majestuosas. Los árboles, centenarios guardianes, se inclinan sobre el estanque, sus ramas acariciando suavemente la superficie. Cada hoja, cada rama, cada reflejo, parece susurrar una antigua leyenda, un secreto ancestral.

    La atmósfera es de una paz profunda, de una conexión íntima con la naturaleza. El sonido del agua, apenas un murmullo, se funde con el canto de los pájaros, creando una sinfonía celestial. En este espacio sagrado, el tiempo parece detenerse, invitándonos a la contemplación, a la introspección.

    Kawase, con su maestría, no solo pinta un estanque, sino que pinta un estado de ánimo, una emoción universal. Su obra nos transporta a un lugar donde el estrés se disipa y el alma encuentra refugio. Es un recordatorio de que, en medio del caos del mundo, siempre podemos encontrar un oasis de tranquilidad, un lugar donde reconectar con nuestra esencia más profunda.

    Estanque en el santuario de Benten en Shiba - Hasui Kawase - Japón, 1929
  • Gris cometa

    Gris cometa

    La ausencia de color de este mundo combina con mi tristeza.

    Apenas recuerdo el azul del cielo, el carmesí del atardecer, el esmeralda de los árboles o el castaño del otoño.

    Únicamente me siguen mis propias huellas. La arena se impregna en mi piel cada vez más y el viento reseca mi pálido cuerpo.

    Observo a lo lejos un edificio colosal, grisáceo y agrietado que representa para mi solitaria existencia, un efímero residuo de emoción.

    Cada paso que doy parece una gota de rocío en medio de una tormenta. La sed ha oxidado mi garganta, ya no soy capaz de pronunciar palabra alguna.

    Continúo mis pasos cortos con dificultad. Ascenderé ese edificio para enviar al cielo lo que me queda de mi amada. Un precioso cometa que elevaré hacia el firmamento para que pueda nadar entre las nubes, unirse a la brisa de las estrellas, ser una con el universo.

    Ya no sé cuánto tiempo ha pasado desde que perdí esa parte de mi alma.
    Recuerdo que nos dirigíamos hacia esa majestuosa edificación con el sueño de volar juntos de la mano.

    Pero los dioses se ensañaron conmigo o quizás, quizás se apiadaron de ella por estar en esta tierra perdida. En ambos casos elevé mi clamor a los cielos cuando descubrí al despertar una mañana, que su mano había soltado la mía.

    Aún conservo su pañuelo favorito, lo he atado al cometa, me motiva a dar un paso más y luego otro, y otro, y otro…

    A ella le habría encantado subir por las añosas escaleras para alcanzar lo más alto de este paisaje desolado en el que disfrutaba de imaginar o más bien, de recordar cuanta belleza rodeaba este mundo.

    La noche me cubre la espalda. Me encuentro a medio camino, debería descansar y dormir un poco pero decido continuar la travesía antes de que mi corazón se desmorone por completo.

    He dejado en el trayecto todas mis cosas para aligerar la carga. Este cometa gris será el mayor homenaje para una mujer que arropó mi alma con amor. Después de varios kilómetros, por fin me encuentro frente a esta torre sombría.

    Oh, Dioses que han ablandado su furia conmigo denme solo un poco más de fuerzas para alcanzar la cumbre y dejen a este exhausto cuerpo, sentir las nubes.

    Escalón uno, escalón dos, escalón tres…las paredes son extrañamente húmedas y frías. Mientras asciendo, un sentimiento de abandono me embarga, mi corazón se contrae, mis ojos buscan impacientes la salida.

    Sostengo el cometa con fuerza y lo estrujo contra mi pecho. Recuerdo que ella una vez me dijo:

    “Quisiera plantar rosas rojas en tu corazón y quedarme las espinas para recordarte hermoso cuando el dolor me invada”.

    Esas fueron sus palabras antes de dormir y no despertar más.
    Por fin emerjo del edificio, el aire en las alturas es abrumador, apenas puedo mantenerme de pie.
    Me acerco al precipicio. Un paisaje inconcebible se manifiesta ante mis ojos. Siento una mezcla de asombro y miedo, soy tan diminuto en las alturas.

    Amor mío, sé compasiva con mi esencia y permíteme trascender a donde te encuentres. Extiendo el hilo del cometa gris y hago que se eleve con el viento. Mi visión comienza a nublarse, pero contemplo con suma alegría como danza ante el vendaval.

    Una helada gota de agua cae sobre mi frente, relámpagos se asoman para admirar la osadía con la que un hombre endeble invade su espacio.

    El cansancio inunda mis manos, mis brazos, mi cuerpo. Ya no tengo fuerzas para mantenerme erguido. Caigo de rodillas pero me aferro a la cuerda.

    Ni siquiera puedo conservar mis ojos abiertos, los párpados caen lentamente permitiéndome observar por última vez un cielo con nubes negras impenetrables.

    Me desplomo sobre mi espalda y toda la tierra es envuelta en una densa lluvia. Un charco de agua me rodea y mi mano rígida empeñada en nunca soltar el cometa es sacudida por el aire cual rama seca.

    Jamás imaginé que ese hermoso cometa, tuviera tanto ímpetu para mantenerse aún bajo la tormenta… tanto es nuestro deseo por estar cerca de ella.

    Ya no soy consciente de mi cuerpo, mi alma es adoptada por la oscuridad. De pronto una ráfaga violenta de aire zarandea mi cuerpo y lo levanta hacia las alturas.

    El cometa sube más y más. Logro abrir los ojos con esfuerzo y veo unos rayos que retumban en el horizonte. La tormenta se vuelve más salvaje.

    Levanto la mirada y de pronto un resplandor cálido y tranquilo brota del cielo. Pero… si es… el cometa que me ilumina con un bello arcoíris.

    Suspiro, siento tanta paz. Siento tanto cariño.

    Toda mi alma se siente justo como nuestro primer beso. Me desvanezco, la cuerda se me va de las manos y caigo lentamente atravesando los nubarrones.

    Me deslizo con la lluvia sin perder el calor del arcoíris.

    “Te extraño amor mío”… al pronunciar estas palabras desde el fondo de mi corazón, me percato de que, mientras caigo inevitablemente, estás tú a mi lado… sujetando mi mano.

    Nos miramos a los ojos con ternura. El impacto con la tierra es inminente.

    “Pronto estaremos juntos mi amor”, me dices con esa voz dulce.

    Pronuncio mis últimas palabras … “Te amo”.


    JG60712241707

    Gris cometa
    Gris cometa

  • Efecto de lluvia – Gustave Caillebotte – Francia, 1875

    Efecto de lluvia – Gustave Caillebotte – Francia, 1875

    Un baile de gotas en el tiempo

    Imagina un día en que el cielo decide vestirse de gris, un día en el que el mundo parece susurrar en tonos suaves. Caillebotte nos invita a sumergirnos en ese momento, a sentir la fresca brisa acariciando nuestra piel y el rumor del agua besando las orillas del río Yerres.

    En su lienzo, el artista ha capturado la esencia de un instante fugaz, un instante en el que la naturaleza baila al ritmo de la lluvia. Las gotas, como bailarinas etéreas, se deslizan por las hojas de los árboles, dejando tras de sí un velo transparente que envuelve todo a su paso. El río, convertido en un espejo gigante, refleja el cielo nublado y los árboles que se inclinan bajo el peso del agua.

    La vida continúa, incluso bajo la lluvia

    En este escenario, Caillebotte no solo pinta un paisaje, sino que nos muestra un pedazo de vida. La lluvia, lejos de ser un obstáculo, se convierte en un elemento que unifica al entorno. Un pájaro solitario se posa en una rama, buscando refugio, mientras que los árboles, con sus ramas desnudas, parecen contarnos historias de otras estaciones.

    Un reflejo de nuestras emociones

    ¿Quién no ha sentido la paz que transmite un día de lluvia? ¿Quién no ha buscado refugio bajo un techo mientras observa cómo la naturaleza se transforma? Caillebotte nos invita a conectar con esas emociones, a recordar esos momentos en los que la lluvia nos ha regalado un instante de tranquilidad.

    La belleza en lo cotidiano

    “El Yerres, lluvia” nos demuestra que la belleza se encuentra en los detalles más sencillos, en los momentos que a menudo pasamos por alto. La pintura nos invita a mirar más allá de la superficie, a apreciar la poesía que se esconde en cada gota de lluvia, en cada reflejo en el agua.

    En resumen, esta obra maestra de Caillebotte es mucho más que una simple representación de un paisaje. Es una invitación a conectar con la naturaleza, a sentir la vida en todas sus manifestaciones y a encontrar belleza en lo cotidiano.

    Efecto de lluvia - Gustave Caillebotte - Francia, 1875
    Efecto de lluvia – Gustave Caillebotte – Francia, 1875
  • Lluvia eterna

    Lluvia eterna

    Existe una lluvia eterna en mi mente,
    que cubre mis sentimientos y emociones,
    que nubla mi criterio constantemente,
    y que sucumbe ante las maldiciones.

    Y es que rompí toda mi inocencia,
    al intentar comprender la injusticia,
    pero fracturé gran parte de mi consciencia,
    y mis acciones fueron ahogadas en malicia.

    Mil perdones han pronunciado mis labios,
    y aún abrazan a mi alma los espinos,
    las estrellas se ocultan de mi astrolabio,
    se ha fragmentado parte de mi destino.

    La agonía emerge al dañar a mi amor,
    debería Eros arrancarme el corazón,
    agregarme su tristeza, su dolor,
    y condenarme a la desaparición.

    Nada hará que el mundo me absuelva,
    no puedo recuperar al escritor perdido,
    no puedo hacer que su amor puro vuelva,
    he de ser desterrado al olvido.

    Y es que grito a los cielos siempre,
    la Dama Luna es testigo de mi pesar,
    pero me ignoran el pasado, futuro y presente,
    me duermo llorando hasta sangrar.

    Me quedaré con los sufrimientos creados,
    rogando a que ella encuentre alivio,
    intentando convivir con mis pecados,
    sonriendo y fingiendo que sigo vivo.

    JG11301251113