La ausencia de color de este mundo combina con mi tristeza.
Apenas recuerdo el azul del cielo, el carmesí del atardecer, el esmeralda de los árboles o el castaño del otoño.
Únicamente me siguen mis propias huellas. La arena se impregna en mi piel cada vez más y el viento reseca mi pálido cuerpo.
Observo a lo lejos un edificio colosal, grisáceo y agrietado que representa para mi solitaria existencia, un efímero residuo de emoción.
Cada paso que doy parece una gota de rocío en medio de una tormenta. La sed ha oxidado mi garganta, ya no soy capaz de pronunciar palabra alguna.
Continúo mis pasos cortos con dificultad. Ascenderé ese edificio para enviar al cielo lo que me queda de mi amada. Un precioso cometa que elevaré hacia el firmamento para que pueda nadar entre las nubes, unirse a la brisa de las estrellas, ser una con el universo.
Ya no sé cuánto tiempo ha pasado desde que perdí esa parte de mi alma.
Recuerdo que nos dirigíamos hacia esa majestuosa edificación con el sueño de volar juntos de la mano.
Pero los dioses se ensañaron conmigo o quizás, quizás se apiadaron de ella por estar en esta tierra perdida. En ambos casos elevé mi clamor a los cielos cuando descubrí al despertar una mañana, que su mano había soltado la mía.
Aún conservo su pañuelo favorito, lo he atado al cometa, me motiva a dar un paso más y luego otro, y otro, y otro…
A ella le habría encantado subir por las añosas escaleras para alcanzar lo más alto de este paisaje desolado en el que disfrutaba de imaginar o más bien, de recordar cuanta belleza rodeaba este mundo.
La noche me cubre la espalda. Me encuentro a medio camino, debería descansar y dormir un poco pero decido continuar la travesía antes de que mi corazón se desmorone por completo.
He dejado en el trayecto todas mis cosas para aligerar la carga. Este cometa gris será el mayor homenaje para una mujer que arropó mi alma con amor. Después de varios kilómetros, por fin me encuentro frente a esta torre sombría.
Oh, Dioses que han ablandado su furia conmigo denme solo un poco más de fuerzas para alcanzar la cumbre y dejen a este exhausto cuerpo, sentir las nubes.
Escalón uno, escalón dos, escalón tres…las paredes son extrañamente húmedas y frías. Mientras asciendo, un sentimiento de abandono me embarga, mi corazón se contrae, mis ojos buscan impacientes la salida.
Sostengo el cometa con fuerza y lo estrujo contra mi pecho. Recuerdo que ella una vez me dijo:
“Quisiera plantar rosas rojas en tu corazón y quedarme las espinas para recordarte hermoso cuando el dolor me invada”.
Esas fueron sus palabras antes de dormir y no despertar más.
Por fin emerjo del edificio, el aire en las alturas es abrumador, apenas puedo mantenerme de pie.
Me acerco al precipicio. Un paisaje inconcebible se manifiesta ante mis ojos. Siento una mezcla de asombro y miedo, soy tan diminuto en las alturas.
Amor mío, sé compasiva con mi esencia y permíteme trascender a donde te encuentres. Extiendo el hilo del cometa gris y hago que se eleve con el viento. Mi visión comienza a nublarse, pero contemplo con suma alegría como danza ante el vendaval.
Una helada gota de agua cae sobre mi frente, relámpagos se asoman para admirar la osadía con la que un hombre endeble invade su espacio.
El cansancio inunda mis manos, mis brazos, mi cuerpo. Ya no tengo fuerzas para mantenerme erguido. Caigo de rodillas pero me aferro a la cuerda.
Ni siquiera puedo conservar mis ojos abiertos, los párpados caen lentamente permitiéndome observar por última vez un cielo con nubes negras impenetrables.
Me desplomo sobre mi espalda y toda la tierra es envuelta en una densa lluvia. Un charco de agua me rodea y mi mano rígida empeñada en nunca soltar el cometa es sacudida por el aire cual rama seca.
Jamás imaginé que ese hermoso cometa, tuviera tanto ímpetu para mantenerse aún bajo la tormenta… tanto es nuestro deseo por estar cerca de ella.
Ya no soy consciente de mi cuerpo, mi alma es adoptada por la oscuridad. De pronto una ráfaga violenta de aire zarandea mi cuerpo y lo levanta hacia las alturas.
El cometa sube más y más. Logro abrir los ojos con esfuerzo y veo unos rayos que retumban en el horizonte. La tormenta se vuelve más salvaje.
Levanto la mirada y de pronto un resplandor cálido y tranquilo brota del cielo. Pero… si es… el cometa que me ilumina con un bello arcoíris.
Suspiro, siento tanta paz. Siento tanto cariño.
Toda mi alma se siente justo como nuestro primer beso. Me desvanezco, la cuerda se me va de las manos y caigo lentamente atravesando los nubarrones.
Me deslizo con la lluvia sin perder el calor del arcoíris.
“Te extraño amor mío”… al pronunciar estas palabras desde el fondo de mi corazón, me percato de que, mientras caigo inevitablemente, estás tú a mi lado… sujetando mi mano.
Nos miramos a los ojos con ternura. El impacto con la tierra es inminente.
“Pronto estaremos juntos mi amor”, me dices con esa voz dulce.
Pronuncio mis últimas palabras … “Te amo”.
JG60712241707

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